sábado, 26 de febrero de 2022

Vamos a jugar sin base

El Real Madrid de Pablo Laso está dando señales de agotamiento en los últimos partidos, aunque es difícil hacer predicciones en deporte, la temporada es muy larga, mañana todo puede cambiar y el Madrid ganar todo lo que queda en juego, claro.

Sin embargo, es evidente que el equipo ha perdido en estas dos últimas temporadas la alegría en su juego, corren y anotan cada vez menos. Lo han apuntado en un artículo del 26/02/2022 en el Diario As ante las bajas anotaciones de los blancos (“Laso, tenemos un problema” se titula). La derrota ante el Zalgiris en Euroliga (24/02/2022) anotando solo 47 puntos o los 59 cuatro días antes contra el Barcelona en la final de la Copa del Rey son indicios preocupantes que tal vez queden en eso.

Ha desaparecido el estilo, la marca del Pablo Laso entrenador, lo que hizo que se viviera una era dorada en el Real Madrid de baloncesto y acudiera la gente en masa al Palacio de los Deportes de la calle Goya, se decía que era una de las ofertas más atractivas de la capital. En mi opinión un juego rácano y ultradefensivo no es lo mejor para que la gente vuelva al baloncesto después de la pandemia.

Dentro de esta falta de velocidad y de puntos, me da la impresión de que Laso se ha olvidado de que él jugaba de base y de la importancia de este puesto en el baloncesto, tal vez demasiado preocupado por la defensa y por no fallar.

El otro día declaraba en la televisión, creo que antes de jugar en Málaga, que “había que hacer bien las cosas básicas del baloncesto”.  Pero luego se presentó en una final contra el Barcelona con un solo base puro, Heurtel, que apenas jugó 14 minutos por las faltas. Se ha argumentado que la razón es que quería contar con Trey Thompkins y Gabriel Deck y solo puede alinear a dos extracomunitarios…

Eso de jugar sin base lo hacía Phil Jackson en los Bulls de Chicago, pero es que tenía a un tal Michael Jordan, al que le asignaban a los mejores y más duros defensores y era una manera de empezar el ataque con la pelota en manos de su mejor jugador sin que se cansara trabajando para recibir. Otras veces subían la pelota Ron Harper o incluso Scottie Pippen o que tampoco eran bases. Toni Kukoc sí había jugado de base en su carrera en Europa. Y es que una de las características de ese equipo de leyenda era la versatilidad de sus piezas.

Cuando Sergio Llull estaba en la cumbre, MVP de la Euroliga en 2017 y tentado por la NBA, la idea de Laso de ponerlo de base era un acierto, pero ahora mismo es una lotería. Sin ir más lejos en la final contra el Barcelona, además de su desacierto en ataque, hubo un momento en que las canastas de la remontada culé nacían de un desequilibrio por la (floja) defensa de Llull. Y alguno dirá que Sergio es base… nato no, desde luego. Y menos ahora, en su decadencia física, cuando no puede estar tantos minutos en cancha a buen nivel, lógico por la edad y en especial tras un periodo largo de lesiones desde aquella rotura del ligamento cruzado de su rodilla precisamente en verano de 2017.

Desde que Campazzo se fue a la NBA en noviembre de 2020, el entrenador blanco se ha empeñado en poner a Alberto Abalde a subir la pelota, desaprovechándolo en su verdadera posición o en utilizar a este Llull veterano de uno, dejándose a bases de verdad en el banquillo. Además Abalde tampoco está jugando todo lo que debería por la jerarquía de la vieja guardia (el propio Llull, Rudy Fernández, Taylor, etc.).

Un base de verdad no es solo ese jugador eficaz que sube el balón. Ese jugador con menos dominio del balón seguramente esté más preocupado de no perder la pelota que de mirar a los que corren y de lanzar el contraataque. Un base de verdad no se preocupa de botar, es algo natural en él y ve toda la pista, tiene ojos en la nuca, lo que se llama visión de juego y es capaz de pasar con mayor precisión que los demás, sus pases no son bombeados y malos. Es capaz además de salirse del (encorsetado) sistema, poner más o menos velocidad, incluso decidir que no le pasa al jugador que ve desacertado. (Eso lo cuentan de Corbalán).

Hay un blog sobre el Real Madrid que escribe Karusito/Víctor Colmenarejo. Sobre la gestión de los bases por parte de Laso en los últimos tiempos dice así: “Viendo el nivel de Lapro(vittola) en Barcelona y la gestión por ahora de NWG (Nigel Williams-Goss) os confieso que se me está empezando a caer aquel mito de Laso como sensei de la gestión de bases”. Yo pienso que justo cuando Laprovittola se había hecho a un equipo grande y a la competición de la Euroliga, van y se lo ponen en bandeja al Barcelona.

El 29 de septiembre Pablo Laso dijo en el Diario AS “A Williams Goss lo quería toda Europa”. De momento parece que el que ahora no lo quiere es él. Repito que en deporte hacer predicciones es estrellarse y lo mismo ahora Nigel juega bien, triunfa y empieza a quererle más.  Pero tener cuatro bases natos (ahora tres tras la baja de Carlos Alocén por su lesión de rodilla) y terminar jugándosela con Llull no es construir un equipo para el futuro.


Williams Goss es joven (27 años) y tiene otro año de contrato. Desde luego no va a mejorar en el banquillo o en la grada sintiendo que el entrenador no confía en él, como tampoco ha confiado casi nunca en Alocén. En muy pocas ocasiones lo ha puesto en los minutos importantes, y al otro fichaje de esta temporada, Thomas Heurtel, lo deja algunas veces más de la cuenta en el banquillo.

El cuarto base, Juan Nuñez es muy joven, sí, (18 cumple en junio) pero debe jugar para poder mejorar. Y lo que debe enseñarle Laso es a ser un uno como era él. Pablo tiene todavía el récord de asistencias de la ACB con 2879. (Huertas es el segundo con 2301 al final de la temporada pasada). Pero veo a Nuñez, en los pocos minutos que juega, queriendo jugársela él en vez de hacer jugar a los demás. ¿Qué le están enseñando Laso y sus ayudantes?

El diagnóstico del doctor Lorenzovic: Se detectan señales del síndrome conocido como “ataque de entrenador” en el vitoriano, que parece decir “Para marcar jugada ya estoy yo en la banda” o aquello de “Sabréis vosotros lo que le conviene al equipo”. Dicho síndrome se manifiesta en su obsesión con Llull de base y sus excesivos minutos y en no dar descansos en los partidos fáciles. Desarrolla “defenditis aguda”, todo es defender, y cabreo con el fallo que sobreviene en estar echando un mal carácter que paga con su plantilla y con los árbitros. Prescripción: dos dosis cada ocho horas de “Tranquilicín” para verlo todo mejor y evitar tiempos muertos tan bochornosos como el del partido contra el Zalgiris, en el que les preguntó a los jugadores si querían jugar o no y estos se lo demostraron claramente con esos 47 puntos. Recomendación: que vuelva a sus orígenes, alegría y buen humor.